LA COMPLICIDAD, OTRA ARMA DE LOS ABUSADORES

Más de la mitad de los abusos sexuales contra niños y niñas ocurren en el hogar. No obstante, las recientes denuncias en clubes de fútbol dan cuenta de la responsabilidad que también tienen las instituciones. En este informe te contamos por qué es obligatorio hacer las denuncias y qué recursos hay para contener estas situaciones. Además, los efectos positivos de la Ley Piazza, aunque su aplicación es incompleta, y un nuevo proyecto para endurecer las penas contra los pedófilos.

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“Esto salta ahora porque está tocando al mundo del fútbol. Nosotros recibimos cientos de denuncias por día. Casi nadie le da pelota al tema.” Lo dice Roberto Piazza, reconocido diseñador de moda que es titular de una fundación para combatir el abuso infantil y que ayuda también a otras ong, como FUNDAMIND, que asiste a 300 niños y niñas afectados por la pobreza y el VIH.

Fue impulsor de una ley, aprobada en 2011, para volver imprescriptibles estos delitos. Dice que sirve para canalizar muchas denuncias pero que en muchos lugares no se aplica. Hay provincias donde agentes del poder judicial y del poder político prefieren mantener la situación bajo la alfombra.

“Gracias a esta ley, un comisario pudo ser condenado después de violar a una chica durante dos años. Si no, delitos como estos estarían prescriptos. El problema es que las condenas son como mucho a 10 ó 15 años, pero a los dos o tres ya están libres y reinciden en el mismo delito. A la par de las denuncias de abuso, recibimos muchísimas denuncias de mala praxis cometida por abogados y funcionarios judiciales.” En los próximos días, se presentará en el Colegio Público de Abogados la Ley Piazza 2, para endurecer las penas y que sean de cumplimiento efectivo.

De acuerdo con números oficiales, obtenidos a partir de denuncias recibidas en el número 0800-222-1717 -del Programa Las víctimas contra las violencias-, 53 % de los casos ocurren en el hogar donde vive el niño o niña, que en casi la mitad de los casos tiene entre 6 y 12 años. El agresor es, en el 75 % de los casos, un familiar; en cuatro de cada diez, es el padre, aunque en casi todos es un varón adulto. A la hora de denunciar, el 60% de las veces lo hace un familiar.

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“Siempre hay que denunciar. Un chico es muy difícil que lo haga. Yo rechacé mi propia situación como víctima de abuso a los 17 años pero estaba aterrado. Todos tenemos que concientizar y estamos obligados a denunciar. No necesariamente lo tiene que hacer la víctima, lo puede hacer el vecino, el portero, la maestra, la hermana. Si vivís en un departamento y ves que pueden estar pasando estas cosas en el de al lado, tenés obligación de denunciarlo”, señala Piazza.

A nivel mundial, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños sufren abuso sexual. En nuestro país, además de la línea 0800-222-1717, resulta vital el sistema de protección de derechos de la infancia. En efecto, leyes y políticas públicas deben entrar en juego para garantizar los derechos de la víctima una vez que la denuncia es recibida.

“El abuso es la instancia más gravosa de maltrato. Lo primero que se hace es intervenir para conocer dónde sucedió. Si fue intrafamiliar o en un ámbito institucional, la manera de proceder es diferente. Hay que ver si el núcleo familiar más cercano está en condiciones de proteger al niño, en ese caso se busca fortalecer ese núcleo y acompañarlo. Cuando el abuso es intrafamiliar, suele ser más complejo y puede ser necesario retirarlo de ese ámbito. Si el abuso ocurrió en una escuela, por ejemplo, se realiza una denuncia penal para investigar la responsabilidad de la persona acusada  y otra civil para separar a esa persona del contacto con otros niños mientras avanza el proceso judicial”, explica Itatí Canido, directora general de Gestión de Políticas y Programas del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires.

“Lo que hay que dejar en claro es que los adultos que estamos en contacto con niños somos responsables de detectar las señales de alerta y actuar cuanto antes. Hacer la denuncia es obligatorio. Por eso, son  importantes las capacitaciones y el conocimiento del sistema normativo. ”

 

La Convención Internacional de los Derechos de la Niñez obliga a todos los países firmantes -entre los que está la Argentina- a proteger a sus ciudadanos menores de edad contra toda forma de abuso o violencia sexual. Esto incluye ser alentado u obligado a realizar actividades sexuales ilegales; ser utilizado para la prostitución o ser utilizado para producciones de fotos o videos pornográficos. La CIDN ordena, además, adoptar todas las medidas apropiadas para promover la recuperación física y psicológica y la reintegración social de todo niño víctima de abandono, explotación o abuso.
Estos estándares quedan asegurados, a nivel nacional, con la Ley (26.061) de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes y, en la Ciudad de Buenos Aires, a través de la Ley 114.

 

Comprometerse con las víctimas para llegar a la verdad

“Los equipos de profesionales, dentro de las instituciones, tenemos que ayudar a llegar a la verdad en este tipo de casos, con capacidad y paciencia para escuchar a las víctimas y sosteniendo las denuncias pese a las amenazas que puede haber de parte de los abusadores”, afirma la psicóloga Marisa Mujica, coordinadora del Área socio-comunitaria de FUNDAMIND.
Aquí son atendidos niños y niñas de 2 y 3 años, madres, abuelas y otras familiares a las que se contiene ante diversas situaciones de violencia, en contextos generalmente atravesados por la pobreza y un serio déficit habitacional.
Mujica nos trae una historia ejemplifica la actuación de la fundación ante un caso de abuso:
“Nelly llegó para incorporarse al taller de violencia que se desarrollaba los sábados. Luego solicitó vacante para su pequeño hijo en el jardín. La orientamos para organizar su vida de manera que tuviera tiempo para trabajar ya que el padre de sus hijos casi no aportaba al hogar.
Un día llegó agitada llorando desconsoladamente. Había descubierto que su marido abusaba de su niña de 10 años. Tenía como prueba la ropa interior y el relato de la nena. En el hospital que la atendieron, la diagnosticaron como fabuladora y con dificultades mentales, sin dar crédito a su relato. El centro de violencia al que fue derivada tampoco creía el relato de la chica.
Le empezamos a dar atención psicológica. Lloraba frecuentemente. El motivo de su angustia y desesperación era que otro hijito, de 8 años, tenía juegos sexuales con el pequeño de 2. Indagando un poco más en la dinámica familiar, descubrimos que el de 8 también era abusado por su padre.
FUNDAMIND brindó asistencia psicológica a la madre y a los niños. Dibujos, relatos, juegos, pacientes escuchas, intercambios entre los profesionales, lectura y relectura de las crónicas de las sesiones hicieron que la Justicia nos reconociera como la organización que debía quedar al cargo del seguimiento de Nelly y sus hijos.
Luego llegaron las audiencias judiciales, solicitamos que se cite a todas las instituciones que habían intervenido y en audiencia oral participamos todos los profesionales.
Nelly y sus hijos pasaron momentos difíciles de adaptación de conductas a la nueva vida en la que el padre había sido expulsado del hogar, sin querer aceptarlo y transgrediendo, ingresando por la fuerza. Luego fue considerado culpable y detenido.
La niña padeció retraso intelectual, el niño se convirtió en consumidor de drogas y fue internado para su recuperación. La insistencia de Nelly solicitando ayuda a sus hermanos logró que viajaran al interior y se establecieran para iniciar una nueva vida. Un día, para las fiestas de un fin de año, recibimos un llamado desde una ciudad de interior y llorando de emoción. Nelly nos contó que su hija había terminado el secundario y su hijo ya estaba ingresando a la facultad. El más pequeño ya ingresaba al secundario.”

TESTIMONIO DE UNA JOVEN ATENDIDA EN FUNDAMIND

“Si te gustó, podés volver”

Tenía quince años, había quedado con mi novio en encontrarme en una esquina a las once de la noche para salir. Pasó una hora y no llegó. Yo seguí esperando porque confiaba en él. A la una de la mañana me senté en un umbral y me puse a llorar. Un señor se acercó y me preguntó qué me pasaba, porqué lloraba.

Le comenté lo que estaba sucediendo y me dijo que me quedara tranquila por Willy (mi novio) le había comentado a él que esa noche tenía que ir a buscar a la madre a provincia y que iba a llegar tarde. Me invitó a que fuera con él a esperarlo a su casa porque cuando Willy se retrasaba iba a dormir a la casa de él porque en la casa, los hermanos, no lo dejaban entrar.

Le creí. Lo seguí con la ilusión de encontrar a Willy. Cuando llegamos a su casa, me invitó con café, me dijo que si tenía sueño me tirara a dormir en el sillón que cuando Willy llegaba iba a despertarme. Me dormí, no sé cuánto tiempo. Cuando  me desperté es señor me estaba acariciando con una mano y con la otra me tapaba la boca. Me violó. Yo lloraba y sentía que me ahogaba. Cuando me soltó seguí llorando. No podía hablar. Él me dijo ¿Y tu novio lo hace mejor, acaso? Vamos nena, que te acompaño a la puerta, si te gustó podés volver, que yo nunca te voy a dejar plantada y puedo ayudarte. Salí y comencé a caminar. Caminé hasta que se hizo de día y volví a casa.
Mi madre siempre me retaba por mis salidas nocturnas. Pasaron dos años  hasta que pude  contárselo. Me llevó a una psicóloga, pero cuando tenía que contar lo de la violación lloraba y no podía hablar. Sólo fui a tres sesiones. Me quedé con eso que si iba a la psicóloga iba a seguir llorando.

Mantuve una alocada vida nocturna. Me embaracé. Tuve un niño a los diecisiete. Lo dejaba con mi madre y seguía saliendo con gente importante de boliches. Después volví con el padre de mi hijo. Duró poco, nos separamos. Bailé en  boliches. Tenía mi dinero. Conocí otro chico, volví a embarazarme.  Hoy soy yo la que aporta al hogar con mi trabajo nocturno. El está en las drogas, Se internó, pero logró salir de la comunidad. A veces vivimos juntos, a veces no. Aun sigo dependiendo de mi madre para el cuidado de los niños.

Tuve una entrevista con la psicóloga del jardín de mi primer hijo, porque siempre pienso que van a abusarlo. Reflexionando con ella entendí que necesito un  tratamiento psicológico. Pero me cuesta. Intenté pero todavía no puedo seguirlo y cuando estoy sola me hago un montón de preguntas. Hay una que de vez en cuando me ronda. El amor que viví con mi tío a los trece, ¿fue enamoramiento o violación?

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