NI UN CHICO MENOS

Lucio Dupuy, de 5 años, fue golpeado, abusado y asesinado por su madre y la pareja de esta, en La Pampa, el 26 de noviembre del año pasado

Las personas fuimos cambiando discursos y leyes para superar esta cuestión que llamamos maltrato infantil y que es una de las tantas manifestaciones del abuso de poder que llevamos inscriptas como condición de nuestro “ser humano”. Podemos abordar el tema como un segmento de nuestras conductas, pero visto de manera aislada, sólo nos da la posibilidad de poner los ojos de la justicia en los niños que son maltratados o víctimas de las violencias que ejercemos sobre ellos, instituciones y adultos.

Aunque muchos de quienes trabajamos por el bienestar de los niños creamos que podemos excluirnos de ser parte de las violencias que se ejercen sobre ellos, sólo podemos decir que tenemos responsabilidades de distinto grado, ya que somos parte de un sistema que no tiene funcionando aún todos los dispositivos necesarios para lograr el equilibrio en los vínculos de poder de los adultos entre sí y menos de los adultos con los niños.

Las desigualdades económicas y sociales, sumadas a las locuras que el sistema alimenta generando situaciones de desesperación por pobrezas y miserias, e instalando el uso de drogas como una salida a la felicidad y/o la posibilidad de vivir adelantando la muerte, son el contexto que tenemos que atender y explorar para que no continuemos siendo testigos inertes de situaciones de maltrato infantil.

Tenemos que actuar sobre las consecuencias del abuso de poder defendiendo a los niños para mejorar su calidad de vida, pero también echar mano a todos los recursos que permitan hacer tomar conciencia a los adultos que las marcas de dolor o cicatrices de las heridas que lastiman el cuerpo y el alma de una criatura que está bajo nuestra responsabilidad, serán las causas de las conductas incorrectas que ellos desarrollen al ir creciendo. Y si nuestro vínculo es directo con esa criatura, recibiremos de ellos lo mismo que sembramos.

“Aunque esté mal no pego”, esta consigna la escuché de parte de una voluntaria en la salita de Uno del CPI FUNDAMIND y la adopté para explicar a adultos y niños que, “Si nos sentimos mal no tenemos derecho a lastimar”, tenemos que agotar todos los recursos para pedir ayuda antes de responder a un impulso de descarga de nuestras broncas o frustraciones. ¿Qué registrará un niño de sala de uno de esta frase de la voluntaria? Es un desafío para investigar sobre el lenguaje con el que tenemos que dirigirnos a ellos y un estímulo para el desarrollo del pensamiento de los más pequeños.

¿Pero cuánto del abuso de poder y del impulso agresivo está inscripto en nuestros genes? Estamos condicionados por años de guerras y luchas que se reconocen como patrióticas o en defensa de las democracias. Educamos para que no se peguen en las salitas, los niños de uno, dos y tres años y a la vez naturalizamos las violencias políticas, las desigualdades económicas y sociales. El discurso aislado sobre el maltrato de los niños no hace más que alimentar el asombro y la estupefacción de muchos testigos de piedra, acerca de las atrocidades de las que son capaces algunos padres, docentes, cuidadores, operadores que están en contacto permanente con niños.

Contextos culturales diversos, personalidades perversas, desigualdades; todo merece ser analizado. Pero necesitamos una profunda reflexión de cada adulto sobre la propia representación que posee de UN NIÑO, sus necesidades, demandas y requerimientos, para lograr mejorar el trato hacia ellos, superando el que los adultos hemos recibido. Porque es sólo a partir de los cambios emocionales internos que logremos en nosotros mismos que podremos solidarizarnos con los pequeños. Lo merecen y necesitan por su grado de vulnerabilidad, su situación de dependencia para poder vivir y desarrollarse, su reclamo amoroso para aprender a sostener vínculos y su tierna espiritualidad para trascender.

Si estamos frente a un niño, estamos frente a un brote de amor o de odio según cómo lo tratemos. Con amor se convertirá en un adulto amoroso que seguirá generando amor y contribuirá a disminuir odios y violencias, dolores y cicatrices y las horribles amputaciones vitales que producen las miserias humanas.

NI UN CHICO MENOS, es el llamado que nos hacen los que aún no pueden hacer movilizaciones ni reclamos por sus propios medios. Nos corresponde a los adultos responsables expresarnos por ellos, estar atentos a todo lo que viven para disfrutar o padecer y – fundamentalmente- intervenir al observar que a un niño se le vulneran sus DERECHOS. 

Marisa Mujica, psicóloga. Coordinadora del área sociocomunitaria de FUNDAMIND.

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